13/3/06

Bosque

Los dientes definitivos aún tienen serruchito pues son nuevitos y cortan bien. ¿Ya tan chiquita y con ganas de escribir? Uno pensaría que con ese aire de libertad no tiene una pizca de intelectual. Cuando se zambulle en el agua o en el bosque virgen uno pensaría que será nadadora o caminante. Pero pasan los años y los bosques son talados y el agua contaminada. Los dientes se hacen lisitos y los traban aparatejos que corrigen y enderezan. Y ella crece entre artilugios de desesperanza que no comprende. Comienza a escribir por las noches a la luz de un velador. El hermano le pide que apague la luz pero ella le pide más tiempo. Entonces, el hermano se resigna y aprende a dormir con la luz prendida mientras ella, sumergida en un mundo de palabras, se desentiende del día. Y ahí descubre que los libros son los bosques y el estanque de agua perdido. Y promete que alguna vez escribirá su propio bosque, su propio estanque.

8/3/06

obviedades

Una vez escribí un cuento sobre un pajarito llamado Leo. Parece que yo había decidido que a Leo no le gustaba volar y andaba siempre en compañía de una lechuza muy amarga que lloraba la muerte de su tercer marido. Pero después algo pasaba y Leo salía en busca de aventuras y se tropezaba con la cabeza de una señorita muy bonita que se llamaba Emilia y pafate se enamoraba.
Típico.
Enamorarse de una cabeza.
Es tan típico que ni daba postearlo, realmente.