Ella, la de carita de tierra, me mira desde el marco de su gorrito rosa.
La carita sonríe. La carita.
Ella tiene a su mamá a la izquierda,
a su abuela en la frente,
y a mí que la observo desde un rincón del ómnibus.
Hay un run run de ruedas que avanzan por el asfalto
el frío que estalla en el vidrio de las ventanas
y dos ojos profundos como pozos
negros y ávidos de mundo.
Yo la observo y pienso:
qué lejos estoy de esos dos ojos
y qué cerca.
Mis antepasados conocieron otra negrura,
otros pozos. Tal vez.
Me siento detrás. Ella me busca con su carita sonriente.
Le guiño un ojo
y escucho a la madre
la regaña porque ella se ha movido.
Se va a caer.
4 comentarios:
Hermoso texto... muy delicado...
¡Gracias, Vian!
Se me había olvidado que lo había comentado, lo fui a leer de nuevo e iba a poner lo mismo... :)
(debe ser una bendición asombrarse tantas veces)
Me hiciste sentir honrada. Gracias.
Publicar un comentario